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Hoy es tu cumpleaños,
querido amigo, y no puedo conformarme con cualquier regalo material,
sé que lo que voy a entregarte te hará la misma, o más
ilusión, así que voy a buscar la llave que le quité anoche mientras dormía, al
hombre que te escondió dentro de su alma cuando eras aún muy niño. Quizá lo has
olvidado, así que vamos a recordarlo juntos.
José, era un niño inquieto, alegre y cariñoso, con una mente prodigiosa, que utilizaba para dar vida a insospechadas travesuras. Sin embargo, su condición social, le obligaba a guardar las apariencias.
Sus padres, procedían de familia noble, aristócratas, por lo que le exigían demasiado para su edad. Buenos modales, buen comportamiento, y, un sin fin de preceptos que él no podía ni quería cumplir. En toda la casa, nadie se atrevía a retener sus ansias de aventura, sólo la cocinera, a la que adoraba, sabía frenar su ímpetu, mimándole. Ana, así se llamaba, era una mujer pequeña de estatura, pero con carácter y un corazón enorme que entregó a aquella familia desde que entró a trabajar a la casa con tan sólo veinte años, y hasta sus últimos días. Ella le consentía todo. En los días de verano, cuando el calor del medio día, era tórrido e insoportable, ella era su cómplice. Esperaba en el balcón para ver llegar al heladero con su carillo lleno de barquillos y helados de diferentes sabores, y le abría la puerta para que comprara uno enorme que compartía con ella. Eso por contar alguno de los caprichos que le consentía.
Bien, ya habrás reconocido a ese niño, ¿verdad? Pues ahora prepárate. Voy a abrir la puerta para que salgas. Fuera te espera el campo abierto, la vida que te robaron, y el trozo de corazón que dejaste colgado de una estrella la noche triste de tu precipitada huida hacía el mundo de los mayores. También te espera tu primer amor, el más hermoso que has tenido jamás. Maite, esa niña rubia de ojos verdes a la que voy a llamar para que volváis a revivir las aventuras que tan felices os hicieron. Ella no vive encerrada como tú; es un alma libre, sin fronteras, pero que cumplió la promesa que os hicisteis de recordaros siempre, la que cada vez que se siente triste, piensa en ti y sonríe.
¿Recuerdas cuando ibas a coger pichones a la torre de la Iglesia para llevarlos al "tío Pichón"? ¡Qué mal lo pasaba Maite al verte trepar por las cornisas donde sólo pisabas medias tejas, y a seis metro de altura! Y mira que intentaba persuadirte de que no lo intentaras contándote mil historias con su dulce entonación. Pero tú no obedecías a nadie; eras un aventurero con ganas de comerte el mundo, sabías que te quedaba poco tiempo para gozar de esa tu libertad tan parecida a las aves que tanto te gustaban.
¿Recuerdas cuántas noches quedabais para contar estrellas; y cuantas historias de miedo te inventabas para asustarla, aunque luego, la tranquilizabas confirmándole que contigo podía sentirse segura; que eras un héroe, así le ganabas un beso? Reconócelo, no estaba bien. No se debe hacer llorar a una niña, ni a mujer alguna. El amor y el cariño no deben causar daño. Supongo que ya lo habrás comprendido en estos años. Ahora, llegó el momento de decirte algo.
Sal fuera de ese hombre. Coge de la mano a Maite, volved al camino plateado que os conducía a la Luna, no regresad hasta que ese hombre respetuoso, tan ocupado, te eche de menos. Id a contar estrellas, a ver bailar los peces. Amaros como se aman las almas gemelas. El amor, es un sueño imposible a veces, o una ilusión nada más. Eso le decías a maite, pero, claro, ahora, habrás comprobado, que la vida sin ilusiones es terrible e infernal. Díselo cuando vuelvas al alma que te tiene encerrado. Dile, que quieres salir más a menudo, que estás cansado de sus pleitos y sus responsabilidades. Dile que viváis juntos algunas aventuras fuera de ese despacho donde cada día hay más sentencias y dudas, donde los sueños están envejeciendo con él.
Dile, que es muy querido también por esa niña que tiene su misma alma, y no te preocupes, sabrá de quién se trata.
¡Feliz cumpleaños!, querido amigo. No olvides que hoy eres un año más sabio.
Un abrazo, y una CANCIÓN
José, era un niño inquieto, alegre y cariñoso, con una mente prodigiosa, que utilizaba para dar vida a insospechadas travesuras. Sin embargo, su condición social, le obligaba a guardar las apariencias.
Sus padres, procedían de familia noble, aristócratas, por lo que le exigían demasiado para su edad. Buenos modales, buen comportamiento, y, un sin fin de preceptos que él no podía ni quería cumplir. En toda la casa, nadie se atrevía a retener sus ansias de aventura, sólo la cocinera, a la que adoraba, sabía frenar su ímpetu, mimándole. Ana, así se llamaba, era una mujer pequeña de estatura, pero con carácter y un corazón enorme que entregó a aquella familia desde que entró a trabajar a la casa con tan sólo veinte años, y hasta sus últimos días. Ella le consentía todo. En los días de verano, cuando el calor del medio día, era tórrido e insoportable, ella era su cómplice. Esperaba en el balcón para ver llegar al heladero con su carillo lleno de barquillos y helados de diferentes sabores, y le abría la puerta para que comprara uno enorme que compartía con ella. Eso por contar alguno de los caprichos que le consentía.
Bien, ya habrás reconocido a ese niño, ¿verdad? Pues ahora prepárate. Voy a abrir la puerta para que salgas. Fuera te espera el campo abierto, la vida que te robaron, y el trozo de corazón que dejaste colgado de una estrella la noche triste de tu precipitada huida hacía el mundo de los mayores. También te espera tu primer amor, el más hermoso que has tenido jamás. Maite, esa niña rubia de ojos verdes a la que voy a llamar para que volváis a revivir las aventuras que tan felices os hicieron. Ella no vive encerrada como tú; es un alma libre, sin fronteras, pero que cumplió la promesa que os hicisteis de recordaros siempre, la que cada vez que se siente triste, piensa en ti y sonríe.
¿Recuerdas cuando ibas a coger pichones a la torre de la Iglesia para llevarlos al "tío Pichón"? ¡Qué mal lo pasaba Maite al verte trepar por las cornisas donde sólo pisabas medias tejas, y a seis metro de altura! Y mira que intentaba persuadirte de que no lo intentaras contándote mil historias con su dulce entonación. Pero tú no obedecías a nadie; eras un aventurero con ganas de comerte el mundo, sabías que te quedaba poco tiempo para gozar de esa tu libertad tan parecida a las aves que tanto te gustaban.
¿Recuerdas cuántas noches quedabais para contar estrellas; y cuantas historias de miedo te inventabas para asustarla, aunque luego, la tranquilizabas confirmándole que contigo podía sentirse segura; que eras un héroe, así le ganabas un beso? Reconócelo, no estaba bien. No se debe hacer llorar a una niña, ni a mujer alguna. El amor y el cariño no deben causar daño. Supongo que ya lo habrás comprendido en estos años. Ahora, llegó el momento de decirte algo.
Sal fuera de ese hombre. Coge de la mano a Maite, volved al camino plateado que os conducía a la Luna, no regresad hasta que ese hombre respetuoso, tan ocupado, te eche de menos. Id a contar estrellas, a ver bailar los peces. Amaros como se aman las almas gemelas. El amor, es un sueño imposible a veces, o una ilusión nada más. Eso le decías a maite, pero, claro, ahora, habrás comprobado, que la vida sin ilusiones es terrible e infernal. Díselo cuando vuelvas al alma que te tiene encerrado. Dile, que quieres salir más a menudo, que estás cansado de sus pleitos y sus responsabilidades. Dile que viváis juntos algunas aventuras fuera de ese despacho donde cada día hay más sentencias y dudas, donde los sueños están envejeciendo con él.
Dile, que es muy querido también por esa niña que tiene su misma alma, y no te preocupes, sabrá de quién se trata.
¡Feliz cumpleaños!, querido amigo. No olvides que hoy eres un año más sabio.
Un abrazo, y una